¿Quién llama a quién?
Escrito por el Dr. George R. Knight
"Entre los cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo." Romanos 1:6.
Con Romanos 1:6, la epístola cambia radicalmente. Los primeros cinco versículos tienen que ver con Pablo y su comprensión del evangelio. En el versículo seis, comienza a concentrarse en los recipientes de su epístola: los creyentes en Roma.
Este texto encierra dos grandes ideas. La primera, es que Dios ha llamado a los romanos. Es una idea impresionante. A veces pensamos que tenemos que hacer algo para que Dios pueda amarnos. No hace mucho, leí en el titular de un periódico sensacionalista lo siguiente: "Marido se arrastra 900 millas rogando perdón".
Muchos hay que actúan de esta misma manera en su relación con Dios. Piensan que si se arrastran lo suficiente; si trabajan lo suficiente; o si se vuelven lo suficientemente buenos, quizás Dios los acepte. Sin embargo, no es esto lo que describe Pablo. Él deja en claro que es Dios quien inicia nuestra salvación personal. Dios nos llama.
La Biblia señala esto de principio a fin. Es Dios quien busca a Adán y Eva en el Jardín del Edén; es Dios quien busca la oveja perdida, la moneda perdida, y al hijo rebelde; incidentes de los que habla Lucas, en el capítulo 15 de su Evangelio; y es Dios también quien llama la atención a Pablo, camino a Damasco. Jesús lo precisó concisamente en S. Lucas 19:10, cuando le aclaró a Zaqueo que "el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido".
La salvación nos llega por iniciativa divina. "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna" (S. Juan 3:16). "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Romanos 5:8). Es Dios quien se encarga de buscarnos. Es él quien nos llama. Nuestra parte consiste en aceptar su invitación.
La segunda idea principal que desprendemos de Romanos 1:6 es que los romanos que accedieron a la generosa invitación de Dios "son de Jesucristo". Las palabras "son de" concuerdan con lo expresado en el versículo 1, donde Pablo dice que él es "esclavo de Jesucristo". Pertenecer a alguien implica, naturalmente, que hay uno que es "dueño". Por esto, lo mismo que Pablo, cada cristiano residente en Roma llegó a ser "esclavo de Cristo". Cristo había comprado y redimido con su sangre a cada uno de ellos, así como también, a cada uno de nosotros.
Gracias, Señor, por tu llamamiento y por tu redención. Ayúdame hoy a vivir de tal manera, que los demás puedan reconocer que, verdaderamente, yo te pertenezco: a ti y a nadie más que a ti. Más aún, concédeme, Señor, que pueda ser un canal por el cual tu invitación logre extenderse a otros que todavía no la han oído.